El Pazo de Pías o Casa de Arias, o, como se le conoce actualmente, Pazo de la Damas Apostólicas, tiene sus orígenes en un momento impreciso del s. XVII con relación a Plácido Correa. A lo largo de los años entroncaría con otras familias (Avalle, Correa Losada, Castroviejo y Arias), y ya en la década de los 50 del pasado siglo sería donada por Ramona Diéguez Cervela a la congregación religiosa de las Damas Apostólicas. Uno de sus propietarios fue el dirigente carlista José Arias Teixeiro y Correa (1799-1867). Desde la juventud fue un fervoroso defensor del absolutismo político y del catolicismo e intervino decididamente en la oposición armada durante el período constitucional de 1820 a 1823. Estuvo encarcelado en el Castillo de San Antón de A Coruña, pero logró huir y pasar a Portugal. Restablecido el absolutismo, tras la intervención del ejército francés de los “Cien Mil Hijos de San Luis”, regresó de Portugal y organizó la Milicia Realista Voluntaria del Val Miñor de la que fue nombrado comandante en 1823. Al año siguiente se trasladó a Madrid, donde comenzó los estudios de Ciencias Naturales, al tiempo que se enrolaba como voluntario en los Batallones Realistas de Infantería en los que alcanzaría el grado de capitán. Tras la muerte de Fernando VII se retiró a la Ramallosa, donde estuvo hasta 1835, año en el que se puso al servicio del pretendiente don Carlos María Isidro. Inmediatamente fue nombrado integrante de la Xunta Gobernativa de Galicia, que era el máximo órgano de gobierno del carlismo en Galicia. Lucharía en las provincias vascas y acompañó al pretendiente don Carlos en la expedición de 1837 por Aragón, Cataluña, Valencia y Castilla.
Con el tiempo, el poder de don José Arias Teixeiro dentro de las estructuras carlistas se consolidó, ya que del cargo de Subsecretario de Gracia y Justicia que desempeñaba pasó a ser Secretario de Gracia y Justicia, de la Guerra y de Negocios Extranjeros, que en la práctica era una especie de primer ministro.
Pero el fracaso de la expedición militar iniciaba el declive del levantamiento carlista y de su influencia política. Tras problemas internos dentro del bando carlista, tiene que huir a Francia, donde permanecería veinticuatro años, dedicándose al estudio de las Ciencias Naturales, principalmente de la Entomología. No publicó ninguno de sus muchos trabajos que donó a la Academia de Ciencias de París, pero le sirvieron para ser reconocido y apreciado en los medios intelectuales franceses, siendo nombrado en 1849 miembro de la Sociedad Entomológica de Francia. Durante estos años reunió una importante colección de Historia Natural y otra de Numismática. Regresó al Val Miñor y dedicó sus últimos años a convencer a los labradores miñoranos de las bondades de la patata para animarlos a cultivarla para consumo humano. Murió en este pazo el 27 de septiembre de 1867; siendo enterrado en el cementerio parroquial de San Pedro de la Ramallosa.
El pazo sufrió importantes modificaciones a lo largo de los años. La más importante tras el incendio provocado por las tropas portuguesas, en 1665. En tiempos recientes se acometió una fuerte remodelación debido a su mal estado de conservación por lo que, a día de hoy, sólo conservamos de la estructura original la fachada principal y algunos elementos internos.
La fachada principal está presidida por una puerta de entrada adintelada, rodeada por molduras y enmarcada por dos pares de columnas arrimadas y pilastras de orden dórico. En la parte baja de las columnas encontramos sendos frisos en medio relieve. Para finalizar la composición, a los pies de estas columnas se situaban dos elementos decorativos de temática vegetal, que en la actualidad se encuentran en el interior del edificio. Sobre las pilastras y las columnas encontramos un entablamento sobresaliente en el que aparecen cuatro almenas decoradas con relieves. Entre las pilastras y las columnas hay dos ventanas cuadradas de marcado carácter abocinado.
Coronando el conjunto, un balcón enmarcado por dos hermosos escudos de armas de la familia Correa. En el interior, en una posición poco corriente, destaca su escalinata balaustrada y decorada con elementos geométricos que asciende hasta el piso principal, en el que aún podemos observar los restos de una antigua balconada. La capilla, también interior, aun se conserva, pero muy modificada.
En los exteriores del pazo podemos observar un elemento de gran singularidad: un magnífico hórreo de seis pies y dos pisos que no tiene parangón conocido en muchos kilómetros a la redonda.